El arte como lenguaje de sanación: un puente entre la memoria, la empatía y la esperanza.
Por Claudia Benitez
HoyLunes – En los anteriores artículos he hablado de como el arte ofrece un espacio donde las emociones más complejas, a veces imposibles de nombrar, encuentran voz. Ese susurro que nos envuelve y atraviesa el cuerpo, que nos invita a reconciliarnos, capaz de sanar tanto heridas individuales como colectivas: El Arte. En su abrazo, hallamos paz y un sentido profundo de bienestar. Sus diferentes expresiones son vehículos silenciosos que nos permiten reconciliarnos con nosotros, con nuestra memoria, con las heridas que cargamos y con nuestras alegrías.

El arte es el hilo que nos une en un lenguaje común: atraviesa fronteras invisibles, supera diferencias y crea espacios donde la escucha y la comprensión son posibles. Murales colectivos, talleres de teatro o música compartida se convierten en actos de encuentro: en ellos, cada gesto creativo es un puente que conecta experiencias, derriba prejuicios y reconstruye vínculos. La participación en la creación artística es un acto de confianza y de cooperación que nos recuerda que la reconciliación social no es una abstracción, sino un proceso vivo, delicado y transformador. No solo nos crea como individuos o sociedad, sino también —y sobre todo— como expresión del universo.

En la educación, el arte se revela como pedagogía de la paz. A través de juegos teatrales y dinámicas creativas, los estudiantes aprenden a ponerse en el lugar del otro, a sentir su historia y a dialogar desde la empatía. Cada ejercicio es una semilla que germina en tolerancia, respeto y capacidad de resolución pacífica de conflictos, mostrando que la convivencia armoniosa se construye día a día, con atención, sensibilidad y creatividad.
El arte, no es belleza, ni entretenimiento: es un instrumento de transformación. Conecta emociones, historias y personas; abre puertas al diálogo; fortalece comunidades y nos recuerda que sanar y reconciliarnos es posible. Cada trazo, cada gesto, cada nota musical o palabra escrita puede ser un acto de construcción, de encuentro y de humanidad. El arte nos enseña que la paz no es un destino lejano, sino una posibilidad que surge cada vez que nos atrevemos a sentir, crear y compartir juntos.

Retomar estos fundamentos, no es gratuito, cada 10 de Septiembre, se dedica al Día Mundial para la Prevención del Suicidio, convirtiendo este mes en un tiempo de reflexión: un llamado a abrir espacios —por pequeños que sean—que nos brinden un lenguaje donde faltan las palabras, que abran caminos de esperanza cuando todo parece oscuro y que nos recuerden que no estamos solos en nuestras emociones. El arte, en este sentido, nos ayuda a levantar el cuerpo atormentado.
Hablar, crear y compartir son actos de vida. Nos convocan a sembrar esperanza, a extender una mano, a abrir el corazón.
Porque cada gesto, por mínimo que sea, puede ser el comienzo de un nuevo amanecer.

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